viernes, 18 de marzo de 2011

algo pasa (en el bar de Quintana)

Rivera se recuesta, apenas, en la silla vieja de madera, y ambos crujen. “La edad no llega sola” le dicen ultimamente, bastante seguido, y cada vez tiene mas ganas de mandar a todos los repetidores de pavadas y de frases hechas, a la mismísima mierda. Yo lo banco, y hasta me ilusiono a veces con que se va a cargar a alguno de una piña, el dia que éso pase, voy a a estar, ahí, detrás suyo, Rivera, y les vamos a mostrar quién debe hablar y quién callarse. Una cerveza, y dos vasos, por favor.


En el bar, hay uno que hoy la trajo a la Ramona, linda mina, y nada cara para el lomo que aun mantiene. Todos los que estamos acá, mas unos cuántos de los que no pisan esta esquina, la conocen. El pelado Augusto me la presentó una tarde en la que yo me estaba amasijando a causa de una pena rubia, adolescente, y con unos ojos que me habían desauciado en una unica mirada. Siempre que me entraba la tristeza me iba a caminar cerca del río, y esa tarde la Ramona, que hacía poco había empezado a laburar me devolvió a mi casa con el músculo cansado, la sonrisa levitando y alejado para siempre de los ojos asesinos de la Carol. Pero hoy, Ramona no. Hoy vino con uno, que según Quintana, el mozo, se llama Aguirre o Aguilar, o algo así, “que no es de acá, pero lo tengo visto”. Pero la Ramona no vino laburando, dice Quintana, vinieron a tomar algo, nada más, y dice que se va temprano a casa, que mañana llega el Aldo, el pibe, el que viene cada dos meses de la capital, el que está estudiando para maestro, y que lo quiere recibir bien despierta, como el nene se merece.



Salcedo cabecea mirando a nuestra mesa mientras pasa caminando por la vereda de enfrente, y Rivera le devuelve el gesto. Salcedo es un mal bicho, Rivera lo putea por lo bajo, e inmediatamente se persigna, a la altura de la panza, con la mano que le tapa la ventana. Yo escuché alguna vez que el paraguayo quiso echarse a la la patrona, pero nunca me animé a preguntar si era verdad. De cualquier manera, el viejo no lo puede ver, y como si supiera de mi duda, me comenta que no le dé cabida, y que nunca se me ocurra dejarlo entrar a casa. Mal bicho, rezonga y le pide a Quintanita otra cerveza.


Hoy el clima embolsa una de esas calmas que sólo se sostiene mientras nadie diga una palabra de más, mientras nadie respire siquiera un poco mas fuerte de lo que los demás se bancarían, mientras no aparezca, por ejemplo, Eladio, con esa campera roja y esa pose con la que está acodándose en la barra, ahora mismo.

miércoles, 5 de enero de 2011

Vuelos de vida

El año termina como lo que fue. Un año de historias. Historias que hablan de la muerte, de misterios y de sueños de justicia.
Marta, mi madrina, está sentada a mi izquierda y en el medio de la danza de los nombres de parientes que no vemos hace tiempo nombra a Pichona, una prima suya y de mi viejo de la que yo sé muy poco, mas exactamente sólo sé que perdió un hijo en manos de la dictadura.
Y habla de él, y se lamenta de haberselo cruzado sólo un par de veces, que no fueron más, claro, porque a Anibal, ya su madre de muy chico lo llevó a Mendoza, y porque volvieron cerca del setenta y cinco a Buenos Aires, y porque, es lógico, ninguno de ellos sabía entonces que había que verse mucho porque el tiempo se empezaba a terminar.
Lo vi en el velatorio de mamá, dice Marta, él recien llegaba acá, a la Capital, y había entrado a militar en el PST, me lo contó en la larga noche en la que me dijo que el recuerdo de su abuela, dandole a él su propia cena y mintiendole que había cenado ya antes que él llegara, lo había convencido de que no era justo que un solo chico en nuestro país pasara hambre. Por eso militaba.
Por eso lo detuvieron varias veces, por eso lo marcaron en mas de una comisaria, por eso le mandaban a la casa, semana tras semana, notas donde los nombres de sus compañeros iban siendo tachados, hasta que al final…
Ésto fue antes del mundial del setenta y ocho, y se sabe, sigue Marta, que cuando por el mundial vinieron organizaciones de derechos humanos a nuestro pais, los militares vaciaron los campos de tortura. Y lo hicieron, obviamente, de la única y peor manera como se puede vaciar uno de esos lugares. Pero así y todo, Pichona lo seguía esperando.
Le compraba ropa, pensando que volvería un poco mas crecido, tal vez mas flaco, un saco para el invierno, le compraba regalos pensando que para Navidad, quizás.
“Porque ellos también tendrían algún rasgo de humanidad, no?”
Pichona estuvo entre las fundadoras de las Madres, y despues se quedó con el grupo de Hebe. Pichona hizo de todo por encontrar a Anibal, no sólo caminar y caminar, y levantar banderas y mostrar la foto de su hijo y llorar. También fue a curanderos y adivinos, es que nada está prohibido cuando es el alma la que implora una respuesta.
Nada se sabía entonces de los vuelos de la muerte, agrega Marta, anticipandose necesariamente a su relato, y se apresta a contarme lo que una vidente le dijo a Pichona una vez que la fue a ver.
Veo agua, dijo la mujer, veo a su hijo y veo agua.
Entonces le dijo que fuera a la costanera, que llevara un ramo de flores, que se acercara a la baranda junto al río y que arrojara el ramo al agua. Si las flores vuelven hacia usted, su hijo todavía puede volver, pero si el río las arrastra hacia dentro, no lo espere, Anibal ya no…
Y Pichona fue a la costa abrazando el ramo como a su esperanza, se acercó hasta el borde y lo arrojó.
Montones de basura que flotaban cerca, eran mansa presa de la corriente que los empujaba hacia la orilla. Las flores cayeron cerca, y en los primeros movimientos acompañaron a los cartones, a los troncos y a los desechos, pero misteriosamente, de repente, se separaron de ellos, violando la fuerza de las aguas se quedaron inmóviles por un segundo, y eternamente inmóviles en la memoria de Pichona. Pero pasó un instante mas y el ramo entonces, venciendo a la corriente, comenzó a alejarse de la costa.

Nunca apareció su cuerpo, no? le pregunté. No, contestó Marta, y Pichona aun espera que su hijo aparezca.

domingo, 28 de noviembre de 2010

contrapunto

- Alguna vez me dijiste que tenías una teoría de por qué la gente joven tomaba mate con agua hervida.
- No. La teoría dice que a la gente mayor no se le pasa el agua.
- Y no es lo mismo?
- Para nada.
- Bueno, como quieras, pero la cosa es que nunca me aclaraste la teoría.
- Ni lo voy a hacer.
- Dale, no seas malo - con dos dedos, índice y mayor, caminando el pecho de él, por debajo de la camisa.
- No es que no quiera. Es que la teoría no existe.
- Cómo que no existe?
- No existe, asi de simple. Es tan sólo una frase que murió en un enunciado, sin fundamentación. Y no creas que es la única teoría falsa que te mencioné. Podría citar un montón, pero me voy a aprovechar de tu mala memoria.
- Y por qué lo hiciste?
- Para llamar tu atención. Nada mas - y nada menos.
- No sé si creerte
- Hacés bien.

La miró como radiografiándola. Su desnudez excedía la falta de ropas, ella estaba tan desnuda frente a él, que a él a veces eso lo intimidaba un poco. Un poco, nomás. Era como jugar a la pelota con un chico. O algo más. Era como devorar un animal que aún estaba vivo.
(era como devorar un animal que aún estaba vivo) …pero que rica se ve esta pata, ésta misma, sí… y el regodeo empieza con la vista, la elección de la parte mas carnosa, ese instante en que se inicia el crimen, en la idea. Presa y predador. Dos motivos para estar allí. El cuerpo yaciente, inmóvil, desarmado, que está siendo comido de a pedazos, sin que nadie pueda aun determinar donde fueron a parar la vida y la muerte. Nunca tan unidas, nunca tan desdibujadas. Es él quien la eligió y es él quien está ahí, olfateándola (sí… sí… olfateándola, nada de olerla) palpándola para después pasarle la mejilla tibia por la piel tibia. La lengua. Los ojos cerrados. Los olores que provocan al instinto entrando a la carrera por los huecos extremadamente abiertos de una nariz que se apodera del alma del animal moribundo. La carne que espera - porque es cierto, hay consentimiento de los dos, la presa es victimaria y el predador es presa. Comeme. Y él que se incorpora encima de ella, la rodea clavando las rodillas en la cama, en el pasto de esta selva de la cual acaso uno de los dos no salga vivo. Sólo uno? Si el banquete acabará por devorarse a ambos. Pero está bien que cada uno piense todavía que sobrevivirá. Instinto. Comeme. Dejate comer. Inundá mi garganta, atropella mis dientes, hacé que mi lengua se alborote al encontrar la sal de tu sudor que impregna el miedo de morir (o el otro, el peor miedo, el de matar) Escondete. Cómo? Con tus piernas rodeándome?
Y el cuerpo de él que se recuesta en medio de su pecho. Sobre ellas, que se aplastan y se orientan a los lados, él apoya su mentón y mueve lento la cabeza. Círculos. Mareas. Sube y baja toda su existencia apoyandose en la punta de sus pies. Oleadas. Las manos buscan a las manos, las sujetan contra el suelo de las sábanas, se afirman cuatro manos en dos puntos, que al final es uno sólo, que no es más que un punto en el espacio infinito, un punto en que dos cuerpos se hacen uno, desde los tobillos, martillándose, las piernas trabajosamente entrelazadas, las cinturas que se arquean, intentando zafar para volver a acercarse, pecho contra pecho, cuellos mordidos, lacerados por la lengua que humedece y arde, ojos, pómulos, oídos, y los dedos uno a uno aprisionados en los dedos, uno a uno.
Sed, calor, sudores, tengo la lengua seca, el aliento duro, que es tan fuerte que se sale de la boca y golpea en su mejilla, se resbala por su nuca y se enrieda entre las puntas de su pelo. Les sobran emociones? O será que acaso no alcanzan los sentidos? Porque es tal la profusión de sensaciones que se ven entre los dos desparramadas, son corporeas, y se agolpan a ambos lados, se recuestan junto a ella, los observan, y cuando una domina una escena ya aparece otra, y se abalanza sin piedad sobre los dos.
El se eleva. Detiene la acción y el tiempo y el mundo. Y los dos latidos. La mira con una piedad tan indecente que semejante silencio no puede ser sino el preludio de lo eterno. Cien años condensados en un solo respiro, en lo que dura lo efímero, callados. El preludio de lo eterno.
Sos vos dijo él. Y un viento huracanado arrebató los cuerpos de la cama. Arremolinó. Estallaron el rojo y las pupilas. Los cuadros se encendieron en secuencias disonantes. La piel encarnecida de placer frotándose contra la piel, los labios en un duelo impúdico, feroz, la boca sin dominio. Y el ritmo que enceguese, que los lleva a otro lugar, que los rompe, que los une, que los para, que los mueve, que los manda, que los. Y una pelvis apretada, muslo firme, mano hincada en esa medialuna que dibuja el arco entre los glúteos y por donde el goce acecha semioculto, semiaparecido. La mano izquierda de ella, en reflejo, busca que otra mano, ya mas fuerte, ya mas grande, la acompañe, y la lleva a que aterrice entre sus piernas. Se entrecortan las respiraciones, se subleva la circulación, y cada cuerpo es un insurrecto regimiento de pasiones.
Sangre en él, licor en ella. Ambas piernas suaves que se estiran, se distancian. Ambas piernas fuertes que se instalan entre medio. Y un romper, entrar, arder, gemir, volar, sentir, y volver a romper, incandecente, hasta llegar.
El disparo al unísono, y los dientes que se ablandan cuando ya todo es besar, que se ensanchan en sonrisas sin la curva del cliché. Y algún que otro gemido retrasado que traduce un idioma librado de entenderes.

- No me creas - repitió él - pero lo que es mas importante, no creas nada de lo que creiste haber sentido. Porque cuando todo ésto haya terminado (cuando realmente haya terminado) nada de lo que vos creas que pasó, nos habrá pasado. Nada. No me creas. No me creas - repitió él.

martes, 14 de septiembre de 2010

El mundo, tal como es, pronto dejará de ser

“El mundo, tal como es, pronto dejará de ser.”
Esta frase, que en una primera y literal lectura se nos presenta como una forma de presagio místico, tiene, en verdad, como único fundamento la autoimpuesta necesidad (forzadamente implícita) de exhaltar la vehemencia, la provocación del alegato que viene detrás. Alegato que no es otro que el de “cambiemos el mundo”. Por lo tanto, la veracidad de su predicción (máxime tras la inmediata reflexión que aquí se desarrolla) está puesta, concretamente, en duda. Entonces, por qué decirlo de esta forma, y no directamente de la segunda manera “señores, cambiemos el mundo”, y es que justamente en el análisis de los preconceptos que la primera frase encierra, hay buena parte de los cambios que se desea llevar a cabo a través de su equivalente posterior.
La puesta en manifiesto de las verdades absolutas, no desde su relevancia, sino hacia su crítica, es la base del pensamiento que intenta desarmar esta estructura tan eterea como firme que es la normalidad
Todo aquello que nos genera la recepción de la primera frase, incredulidad o esperanza, desconcierto, desaprobación, rechazo o ansias de cambios, no son más que distintas apreciaciones nuestras sobre la valoración subjetiva que leemos tras la misma sentencia.
Pero hay algo que está claro, mas allá de nuestras subjetividades - es que de oraciones como ésta (con la concomitante carga de pensamiento que encierran) está lleno nuestro accionar diario - este tipo de discurso es una clara muestra de una serie de pautas culturales, que por culturales justamente (y lease por culturales, que nos están tan internalizadas que nos puede resultar dificil reconocerlas) aceptamos como naturales, pero - y aquí se entromete la idea de cambiar el mundo - no son mas que condicionamientos a nuestro modo de pensar cotidiano. Entonces… lo que nos parece natural no lo es, sino que al contrario, es impuesto y es contra lo que deberíamos operar para liberarnos mentalmente? Ni tal panacea, ni tal estigma, ni tal fórmula, pero algo de eso es parte del camino por el que este mundo está cambiando. Darnos cuenta, y vuelvo al ejemplo de la primera frase, de que a menudo recibimos sentencias inequívocas que engloban pensamientos mayores. Al decir “el mundo tal como es…” se está dando por sentado que este mundo aludido es de una determinada forma, y aquí aplican dos factores de pensamiento que son recurrentes en nuestra forma de elaborar ideas, la economía de recursos, y la visión hegemónica, enfatizada ésta última por el peso del discurso, un tercer factor en el que me detendré luego.
La economía de recursos, algo a lo que todos adherimos sin ninguna conciencia de ello, y que es parte (doble) de nuestro aprendizaje, como que aprendemos a utilizarlo metodológicamente para resolver situaciones cotidianas, y como que es la base del método con el que hemos sido educados (1). Es así que uno sabe cómo debe reaccionar ante distintas situaciones, aun sin haberlas vivido, por el solo antecedente de que alguien las ha resuelto de tal manera con anterioridad. Eso nos evita razonar a cada paso sobre cada acto que vivimos en nuestra cotidianeidad, este modo de resolver situaciones aparece permanentemente, te cruzas de brazos y fijas la mirada en el otro para que parezca mas solemne tu atención ante una charla, o te compungís cuando la escena amerita que tu cara se hiele, o buscas un trabajo a determinada edad, con mayores o menores grados de interpretación y participación en la realidad circundante, todos amoldamos nuestros actos a algo que está pre-resuelto por otros, que otros ya ensayaron y probaron para que nosotros ahora no perdamos tiempo elaborando nuestras propias conclusiones, para que no perdamos tiempo en elaborar todo la metodología necesaria de estudio en estas situaciones, con el (superador, ilusorio?) deseo de que ocupemos ese tiempo y esas energías en resolver cuestiones superiores.
Las cosas son así. Asi? Como?
La visión hegemónica, es fiel servidora y a la vez dominadora, de la economía de recursos, ya que aquella la necesita para convalidar (normalizar) sus reglas, que deben ser de aceptación general, en tanto que también se vale de ella como herramienta, para que sus elaboraciones sean internalizadas por generacion tras generación. Ambas se retroalimentan y se reutilizan, el recilcaje en este caso, es perfecto. En este punto no olvidemos que a la frase de inicio se la supone verdadera en cuanto a que el mundo es de determinada manera, (desde una vision general, todos los que compartimos cierta cultura coincidiremos en muchos puntos sobre esa impresión del mundo) cuando en la oración, adrede se lo está objetivando, sin suponer que pueda sobre su concepto existir una diferenciación tan evidente sea interpretado por alguien que se acaba de enamorar, como por alguien que está al borde del suicidio, como por alguien que termina de despedir a un ser querido, o que acaba de ser despedido de un trabajo. El mundo es de tantas maneras como personas lo habiten.
De nuevo, las cosas son realmente así?
En la misma sintonía, entonces, podríamos retrotaernos en cuanto a la economia de recursos, y decir que cada pensamiento, por mas que esté fundado en la historia de nuesta sangre, debe ser reinterpretado, pensado, criticado, elaborado, para que sea realmente el nuestro. Ninguna fórmula, ninguna base de elaboración intelectual debería ser aceptada por nosotros mismos sin acaso la intención de ponerla en juicio. Volver a cero con las pautas preaprendidas de nuestra cultura, para retomar el camino por donde cada uno de nuestros pensamientos, armados ya desde nosotros mismos, y no desde la imposición de verdades adquiridas, nos lleve adelante. Esa debería ser la forma de andar ese camino, o al menos una forma mas segura de no andarlo, tropezando con errores ajenos.
Por supuesto, esta forma de andar, nos reduce el grado de seguridad ante lo que venga, aumenta nustras incertidumbres, nos auto-somete a un análisis permanente, nos expone a que de equivocarnos, quedemos al desnudo por no tener siquiera el amparo de haber hecho le previsible, pero, al mismo tiempo, y de igual forma, nos libera. Es que si esa normalidad fuera la miel con la que se nos presenta, el mundo ya sería ese lugar soñado - que indudablemente no es.
Y a lo largo de estas reflexiones, entonces, me propongo, desandar el camino por el que hemos llegado hasta acá, para nada mas, verificar si es el que yo mismo habría adoptado al momento de elegir en cada esquina, o si acaso de haber doblado hacia el sur en lugar de haberlo hecho hacia el norte, habría encontrado el mismo paisaje, uno mejor, uno peor, pero sin dudas, mas cercano al que yo mismo habría querido llegar, que viendo los carteles ya puestos en la carretera que me trajo hasta acá.
“El mundo, tal como es, pronto dejará de ser.”


(1) cuando hablo de procesos de aprendizaje, de educación recibida, pretendo que se interprete tanto desde el punto de vista individual (como cada uno de nosotros es educado) como desde el punto de vista social (como la sociedad genera pautas de educación, y las transmite generacionalmente)

jueves, 9 de septiembre de 2010

Pielsilencio

Sobre este deslizante silencio, este vil silencio que es peor que el silencio original, éste, el que se superpone a otro y a otro, y a otro, y a otro mas…

Y sobre un silencio desprolijo, silencio de murmuros y respiros, un silencio por apuros mal trazado, se me fueron deshaciendo mis últimas palabras. Cayeron en el vacuo inerte de la nada que es el tiempo que nos pasa cuando no nos atrevemos a subirnos a él. Se mezclaron unas a otras, adolesciendo de edades y de madureces, torpemente atolondradas, como algunas otras veces insurrectas, pero ahora, insalvablemente heridas por su propia desazón. Sentenciadas por la vara de su confesión, autodenunciadas impotentes de toda erección, se hundieron en silencio, mis palabras.
Y el motivo no hube de buscarlo, no por no quererlo ver, sino todo lo contario, sino sólo porque se me presentó con ellas en su ahorcado (redentor?) autosilenciamiento. Como la novelesca nota de un último deseo, como la autoconfesión, como acaso el arrepentimiento del instante previo en que la soga aprieta y la mano intenta, pero que no logra. Algo, un motivo, la razón de todo. Eso estaba escrito - poco importa si debajo, si - detrás de mis palabras que expiraban ante la mirada de su eterna, efímera tristeza.
Callé.
La dejé ir.
Hacia otros tonos otras voces otras risas otros ojos. Otras palabras mejores que las mías.
Palabras, las mías, que ya no gritan al salir, que tan sólo escapan de mi boca cuando son apenas necesarias, cuando buscan serles útiles de inutil necesaria utilidad, a algun deseo - mas inutil todavia - de la piel. De esta piel que desde entonces poco sabe de palabras. Poco sabe ya, desde que no hablo de ella, desde que mi cuerpo se acostumbró a la mudez de mis sentidos, desde que esta piel, que, como ahora, callada, se dispone a desvestirme, para callarla, para ahorcarla.

lunes, 26 de julio de 2010

La redención es a veces un golpe de suerte

Hay animales que no sirven para nada. Hay especies enteras de las que no se recuerda un solo ejemplar que haya sido parte de algún hecho histórico. Por el contrario, por el camino de las celebridades desfilan las serpientes, invocando la memoria de su bíblica manzanera, o los tigres que cuentan entre sus ascendientes al gran Mohan, el que desencadenó la estirpe de los tigres blancos, allá por 1951. O los caballos, que aunque siendo de madera, el de Troya, terminó una guerra, que aunque fuera por la locura de su dueño, Incitatus llegó a cónsul.
Por eso existe desde el principio de los tiempos una elite entre las especies animales. Glorioso debe ser pertenecer a alguna de ellas, y con el peso de tan hidalga estirpe sus descendientes deben sentir que cada día les toca hacerle honor, obligada aunque placidamente. Son las reglas de este milenario mundo.
Como se sentirá entonces ser abeja? O bicho de luz, o comadreja? Será que no tener referencias los deja dormir definitivamente al margen de la historia, o acaso existirá entre ellos alguna lejana esperanza de escribir el acto fundacional a cada paso? Vivirán cada instante de sus vidas con la inclaudicable voluntad de redención histórica o la palabra resignación es parte del legado hereditario de la raza?
Yo no lo sé, como tampoco creo que lo pueda pensar ya la pobre abeja que acabo de estampar contra la mesa del jardín, otrora molesta, ahora inerte. Redimida.

domingo, 11 de julio de 2010

So...

Y corrí su cuerpo hacia un costado de la cama. Todavía estaba caliente, y yo corrí su cuerpo hacia el costado mas cercano a la ventana abierta.
Las palabras que había dicho, eso de querernos, eso del amor, aún flotaban en lo denso de la luz que, así como su voz, me había tirado encima su mirada. Lo curioso fue que me quedé mirando sus palabras por un largo rato, acaso intentando descubrir si eran sinceras. No llegué a nada, por supuesto, todo el mundo sabe que cuando las palabras mueren, pierden su carácter de verdad o de mentira, la palabra muerta es sólo una impotente seguidilla de impotente letras, y al tiempo que esa trasmutable impotencia me adentraba, me alejé. Fui hasta la cocina, a buscar alguna cosa que tomar, nada, algo que tomar, sin importarme qué. Abrí la heladera y encontré el licor ambar de limón que ella trajo la primera noche. Y también hallé su boca, ardiendo contra el frío del limón, derritiendo mis labios y empañando mis ojos. Un reflejo de su boca que debió habersele quedado ahí perdido, de entre los tantos reflejos que nos dimos esa noche. De entre los tantos tragos que bebimos de un licor que se acabó antes de que la mañana entrara a terminar con todo. La botella, la misma que debo haber tirado alguna noche de esas en las que rastreaba sus recuerdos por la casa, para asirlos primero, para destruirlos despues, esa misma botella ahora estaba llena, como en el mismo instante en que ella entraba a casa por primera vez.
Pero ahora, su cuerpo en el dormitorio, como queriendo desdibujarse, empezaba a confundirse con el borde de la cama. Se le habían ya borrado las marcas de los besos, los olores del sexo, los latidos rompepiel. Un latido, justamente, agonizaba de rodillas en una esquina del cuarto. Su ritmo, cada vez mas lento y cada vez tenue su tambor, se movían hacia el último momento. Me lo quedé viendo, y supe en él las pulsaciones del cuerpo al que dio vida encima de mi cuerpo. Lo acaricié, lo vi cerrarse sobre su temblor final y lo dejé caer en el oscuro paso hacia el pasado eterno. Cuando me incorporé ya eran otros mas los rasgos que se habían marchado de su cuerpo. Atiné a cerrar los ojos para oir su voz, que intuí se perdería pronto, y tuvimos un pequeño diálogo sobre su idea de decorar inodoros, que me despertó las mismas risas que la vez que me la confesó.
Prendí un cigarrillo y me paré de frente a la ventana. A ella le gustaba cuando yo le hablaba mirando a la calle, evitando su rostro, me decía incluso que las charlas mas sinceras son aquellas en las que los ojos no aparecen, donde sólo las palabras cuentan. Así extendíamos conversaciones sobre estas mismas sábanas, por horas, en la oscuridad, tocándonos, pero sin vernos. Le encantaba. Y a mí.
Volví mi cara hacia la cama y ya era apenas un esbozo de su cuerpo el que yacía en ella. Su respiración, la misma que en las muchas horas del teléfono, hacían que sintiera que mi oído se pegaba a su labial incendio de caricias, era ahora acaso un viento debil que moría ante la lluvia de una lágrima que inundaba el cuarto. Sus formas, las que erguían mi carácter de hombre con el sólo hecho de existir, se iban alineando en una espiga que se hundía en una arruga de las sábanas de aquel silencio que impregnaba el día.
Cerré los ojos para verla por última vez. Con su desnudez volcada encima de la mía.
Y cuando por fin su cuerpo ya no era mas que su recuerdo, cerré la puerta.
Y me fui.