lunes, 28 de junio de 2010

Ella baila en su minuto

Ella baila en su minuto, desafiando el sueño
Ronda. Escribe una memoria que aun no vive
Y entre músculos quebrados y un silencio en hielos
Desanima, pero inspira mis alientos

Yo devoro mis horas que no acaban de morir
que tan poco recuerdan de mi cuerpo,
que en los ojos mal cerrados de la noche
se despiertan, huellas de sus besos

Ella sabe, como que es mi luna, atraer el reflujo de mis mares
reflejarse en mi, y seducirme,
para al fin reducirme a mis deseos
Gira en torno a mi impaciente esfera con un códice nuevo
Y es sincera y real como la muerte

Yo tan solo trato de acercarla con oleadas tenues,
con mis sales, con mis peces que nadar no saben
con mi ahora y mi nunca que despliego como cartas de perder
con palabras que no llegan lejos

Solo me espera la espera
No tengo mas armas que desoír el tiempo

sábado, 26 de junio de 2010

ojos sólo ojos

Solamente sus ojos salieron a la calle esta mañana, y con los de ella, los de muchos mas. Sólo millones de ojos, de a pares casi todos, salieron a la calle esta mañana. Los de ella, los de todos.
Huelgaron las bocas, las narices, los mentones, las orejas, los pómulos, los brazos. Faltaron sin aviso las cinturas, los pares de hombros, las tetas, las caderas, las piernas, todo, todos.
Y siguieron durmiendo cuádriceps y biceps, femorales, húmeros y estómagos.
Tomado día libre. Acatando algún deseo o una orden que ninguna boca se dignó en explicar, sin oídos reclamando una respuesta, trepados a una rebeldía o presos de una enfermedad, nadie supo bien por qué ésto sucedía, pero así pasó. Los ojos se cargaron la tarea de ser todo, simplemente todo el cuerpo.
Y la calle entera fue un inesperado amanecer lleno de ojos. Los hubo retorcidos, expectantes, lúdicos, sueñeros, enturbiados. Mamarrachos, displiscentes, viejos y recien nacidos. Todo era miradas, la expresión, la lengua, el habla, las caricias y los odios se expresaban solo en verse, de ojos a ojos. Porque sólo esos ojos, entre ojos deberían comunicarse todo, un permiso que pedir, un boleto, un hola qué alegría verte, un adios, un no te quiero, un te extraño, un no puedo más, un esperame que ya vengo, un no te creo, un qué linda estás, y un vos también. Ojos. Todo ojos.
Los de ella, sacudidos por el viento, recorrieron el camino de todos los días. No era incómodo para esos ojos, a decir verdad, moverse en ojos por la calle, esta mañana a pocos le pesaba el cuerpo y todos le prestaban toda la atención a las miradas de los otros. El que esquivaba las miradas, zarandeando sus pupilas hacia todos lados, tropezaba. El que miraba de reojo, terminaba caminando en círculos. El que tratando de ocultárse, clavaba la suya contra el piso, se caía. No era tanto una cuestión de acostumbrarse como de sentirse libre, y por eso, los que se movían con comodidad eran los que usaban esos ojos como cada día, mirandose de frente, disfrutando de los cruces, agrandandose al hallar al otro en esa misma actitud. Y así iba ella, con los párpados abiertos, prolongando la mirada, refractando adioses en los ojos grises, devolviendo fuegos a los ojos pasionales. Se sentía plena, sin mas cuerpo que sus ojos, como si la extraña aparición de aquel montón de ausencias, hoy la hubiese completado.

números y letras

Los números y las letras se disputan, de a pedazos, nuestra vida.
Deberían repartírsela, si fuera por ser justos, en partes iguales, pero ahí los números, dueños de las particiones, sin duda saldrían beneficiados. O podrían intentar, si lo desearan, llegar a algún acuerdo, pero ahí, las letras, dueñas de los argumentos, se alzarían victoriosas.
Entonces, como si existiera un pacto desde que las letras son las letras y los números son números, cada uno - ellas y ellos - guarda alguna especie de privilegiado sitio en nuestras vidas.
A ellos les tocó en ese reparto la tarea constante y repetida de guardar el orden, la enumeración, el cálculo. Son los números, viriles custodios de las cuentas, los que trepan por los hechos rescatando datos para sacar conclusiones, estadistas a ultranza, radiógrafos binarios de la historia.
A ellas, las señoras, madres de palabras, les ha sido dado el don de describir el mundo, ardua y pesada tarea, si las hay, pero con la que cargan orgullosas y hasta altivas. Les compete también abrir las puertas de la mente, aunque ese sea un terreno dividido donde sus rivales, ellos, saben ocupar su parte. Pero es en el área de los sentimientos, donde el cálculo, el conteo, la enumeración no representan más que un espejismo que las letras barren con justeza, y hasta con desdén.
Por momentos nuestra vida, sola, deja seducirse por los unos o las otras, y es así que hasta en los juegos nos sucede que de golpe nos hallamos calculando números en celdas, dibujando letras en renglones de una ortogonalidad, que por geométrica es, para ellas, casi una traición. Así es que en cada acto, en cada paso, como si metiéramos la mano en un bolsillo donde están los números, o en el otro donde letras, nos valemos de ellos, de ellas, para andar.
La vida así transcurre.
Ironía de la lengua nuestra, cuando hablamos de “contar”, si no fuera que aclaramos que de números o historias se tratare, bien podríamos hablar de ambos, pues se cuentan las historias, y se cuenta de uno a diez. Contar. Contar es ese purgatorio donde habitan ellos y ellas, donde nada está prohibido. Donde todos son iguales. Compartiendo van los cuentos y las cuentas. Contar.
Y bien, pero a veces, nosotros, los hombres decidimos si queremos querer más a ellos, más a ellas. Si es el tiempo de los números, las letras. Si unos u otras van a ser mejores compañeros de una etapa de la vida.
Hoy, me llega el gusto hasta la boca, invadiendo el aire, renovándome, sabiendo a nuevo una vez más. Son las letras las que ganan el terreno, las que invaden, las que triunfan, porque la pasión que arrastran no se mide, no se pesa, no se cuenta. Se cuenta.
A contar, entonces. A contar.