domingo, 28 de noviembre de 2010

contrapunto

- Alguna vez me dijiste que tenías una teoría de por qué la gente joven tomaba mate con agua hervida.
- No. La teoría dice que a la gente mayor no se le pasa el agua.
- Y no es lo mismo?
- Para nada.
- Bueno, como quieras, pero la cosa es que nunca me aclaraste la teoría.
- Ni lo voy a hacer.
- Dale, no seas malo - con dos dedos, índice y mayor, caminando el pecho de él, por debajo de la camisa.
- No es que no quiera. Es que la teoría no existe.
- Cómo que no existe?
- No existe, asi de simple. Es tan sólo una frase que murió en un enunciado, sin fundamentación. Y no creas que es la única teoría falsa que te mencioné. Podría citar un montón, pero me voy a aprovechar de tu mala memoria.
- Y por qué lo hiciste?
- Para llamar tu atención. Nada mas - y nada menos.
- No sé si creerte
- Hacés bien.

La miró como radiografiándola. Su desnudez excedía la falta de ropas, ella estaba tan desnuda frente a él, que a él a veces eso lo intimidaba un poco. Un poco, nomás. Era como jugar a la pelota con un chico. O algo más. Era como devorar un animal que aún estaba vivo.
(era como devorar un animal que aún estaba vivo) …pero que rica se ve esta pata, ésta misma, sí… y el regodeo empieza con la vista, la elección de la parte mas carnosa, ese instante en que se inicia el crimen, en la idea. Presa y predador. Dos motivos para estar allí. El cuerpo yaciente, inmóvil, desarmado, que está siendo comido de a pedazos, sin que nadie pueda aun determinar donde fueron a parar la vida y la muerte. Nunca tan unidas, nunca tan desdibujadas. Es él quien la eligió y es él quien está ahí, olfateándola (sí… sí… olfateándola, nada de olerla) palpándola para después pasarle la mejilla tibia por la piel tibia. La lengua. Los ojos cerrados. Los olores que provocan al instinto entrando a la carrera por los huecos extremadamente abiertos de una nariz que se apodera del alma del animal moribundo. La carne que espera - porque es cierto, hay consentimiento de los dos, la presa es victimaria y el predador es presa. Comeme. Y él que se incorpora encima de ella, la rodea clavando las rodillas en la cama, en el pasto de esta selva de la cual acaso uno de los dos no salga vivo. Sólo uno? Si el banquete acabará por devorarse a ambos. Pero está bien que cada uno piense todavía que sobrevivirá. Instinto. Comeme. Dejate comer. Inundá mi garganta, atropella mis dientes, hacé que mi lengua se alborote al encontrar la sal de tu sudor que impregna el miedo de morir (o el otro, el peor miedo, el de matar) Escondete. Cómo? Con tus piernas rodeándome?
Y el cuerpo de él que se recuesta en medio de su pecho. Sobre ellas, que se aplastan y se orientan a los lados, él apoya su mentón y mueve lento la cabeza. Círculos. Mareas. Sube y baja toda su existencia apoyandose en la punta de sus pies. Oleadas. Las manos buscan a las manos, las sujetan contra el suelo de las sábanas, se afirman cuatro manos en dos puntos, que al final es uno sólo, que no es más que un punto en el espacio infinito, un punto en que dos cuerpos se hacen uno, desde los tobillos, martillándose, las piernas trabajosamente entrelazadas, las cinturas que se arquean, intentando zafar para volver a acercarse, pecho contra pecho, cuellos mordidos, lacerados por la lengua que humedece y arde, ojos, pómulos, oídos, y los dedos uno a uno aprisionados en los dedos, uno a uno.
Sed, calor, sudores, tengo la lengua seca, el aliento duro, que es tan fuerte que se sale de la boca y golpea en su mejilla, se resbala por su nuca y se enrieda entre las puntas de su pelo. Les sobran emociones? O será que acaso no alcanzan los sentidos? Porque es tal la profusión de sensaciones que se ven entre los dos desparramadas, son corporeas, y se agolpan a ambos lados, se recuestan junto a ella, los observan, y cuando una domina una escena ya aparece otra, y se abalanza sin piedad sobre los dos.
El se eleva. Detiene la acción y el tiempo y el mundo. Y los dos latidos. La mira con una piedad tan indecente que semejante silencio no puede ser sino el preludio de lo eterno. Cien años condensados en un solo respiro, en lo que dura lo efímero, callados. El preludio de lo eterno.
Sos vos dijo él. Y un viento huracanado arrebató los cuerpos de la cama. Arremolinó. Estallaron el rojo y las pupilas. Los cuadros se encendieron en secuencias disonantes. La piel encarnecida de placer frotándose contra la piel, los labios en un duelo impúdico, feroz, la boca sin dominio. Y el ritmo que enceguese, que los lleva a otro lugar, que los rompe, que los une, que los para, que los mueve, que los manda, que los. Y una pelvis apretada, muslo firme, mano hincada en esa medialuna que dibuja el arco entre los glúteos y por donde el goce acecha semioculto, semiaparecido. La mano izquierda de ella, en reflejo, busca que otra mano, ya mas fuerte, ya mas grande, la acompañe, y la lleva a que aterrice entre sus piernas. Se entrecortan las respiraciones, se subleva la circulación, y cada cuerpo es un insurrecto regimiento de pasiones.
Sangre en él, licor en ella. Ambas piernas suaves que se estiran, se distancian. Ambas piernas fuertes que se instalan entre medio. Y un romper, entrar, arder, gemir, volar, sentir, y volver a romper, incandecente, hasta llegar.
El disparo al unísono, y los dientes que se ablandan cuando ya todo es besar, que se ensanchan en sonrisas sin la curva del cliché. Y algún que otro gemido retrasado que traduce un idioma librado de entenderes.

- No me creas - repitió él - pero lo que es mas importante, no creas nada de lo que creiste haber sentido. Porque cuando todo ésto haya terminado (cuando realmente haya terminado) nada de lo que vos creas que pasó, nos habrá pasado. Nada. No me creas. No me creas - repitió él.

No hay comentarios: